Friday, March 14, 2008

De como me bañé desnudo en el Mediterráneo

Normalmente los viernes siempre iba a la playa, era el día de descanso oficial. Íbamos a una playa que quedaba muy cerca de las ruinas romanas de Sabratha. Siempre me confundía para llegar ahí, me acuerdo que era una carretera que iba en dirección a Tunisia pero después de unos campos de olivos te doblabas a la derecha y ya no había camino, era pura arena y matorrales. La única cosa que me indicaba que iba en la dirección correcta eran unos autobuses, o más bien lo que quedaban de unos autobuses que al parecer habían sido quemados y ahí los dejaron. Siempre me preguntaba si esos autobuses se quemarían cuando los gringos bombardearon al general Kadaffi. Total, que después de los autobuses había más arena, más matorrales y palmeras, muchas palmeras y después seguían unas colinas. Aquí era la parte truculenta, ya que no se podían subir esas colinas con la nave porque eran roca y arena, pero había un paso entre ellas y después se encontraba el Mediterráneo.

Era una playa conocida y concurrida por los extranjeros, el único lugar donde pude ver mujeres en bikinis en Libia, seguro las esposas de los que se encontraban trabajando en ese país. Me podía echar mi taco de ojo. Siempre que iba el clima era templado, estaba soleado y el agua era tibia, a diferencia del agua fría en las costas europeas.

Me podía meter al mar y fácilmente caminar treinta metros con el agua hasta la cintura. El agua era tan clara que se podía distinguir la fina arena. Playas totalmente vírgenes, no había hoteles ni restaurantes ni nada por el estilo. Solo gente y no mucha, quizás a lo mucho llegué a ver como veinte personas una sola vez, había veces que no había ni una alma. La mejor hora para ir era como a medio día, nos regresábamos como a las tres por dos razones, la primera porque en la tarde empezaba a hacer viento y se hacían tormentas de arena y era un desmadre estarte sacando la arena de los oídos, boca, calzones y demás; y la razón más importante, que el comedor en el campamento cerraba los viernes a las cuatro y ya después no había comida hasta el otro día.

Esa era mi rutina los viernes, mar y playa y sol. No había nada más que hacer.

El estar en un lugar tan diferente afecta, hace que uno cambie y se adapte. Recuerdo la última tarde que pasé en Libia. Al día siguiente mi avión saldría como a las dos de la tarde. No había empacado como es costumbre. La tarde era soleada y no había ninguna nube el el cielo. Acabó mi última jornada laboral en las costas norafricanas y decidí tomar la camioneta e ir al pueblo a la tienda que siempre iba.

Panta: keif jalak

El empleado ya me conocía. La primera vez que me vió entrar a su tienda me miró raro, pero cuando decía algunas palabras en árabe una sonrisota iluminaba su cara y éramos los mejores amigos del mundo. Pero ahora ya me conocía y ya sabía a lo que iba. Normalmente compraba refrescos y barras de mars, si barras de chocolate, no sé cuantas barras de mars me comía al día, pero eran muchas.

El empleado no hablaba inglés, así que se ponía a platicar en árabe y sonreía y reía y yo le daba el avión.

Panta: shuk’ram

Ese día no fue la excepción y compré mis barras de mars. Decidí no regresar al campamento inmediatamente y manejé sin rumbo fijo. Después de un rato me dí cuenta que manejaba en dirección hacia Tunisia por la misma carretera por la que siempre íbamos a la playa. Pensé en cruzar a Tunisia, lo pensaba muchas veces, pero al otro día ya me iba, ya pa’que. Seguía manejando y ví los autobuses quemados a lo lejos y decidí ir a la playa.

Como era costumbre, siempre me confundía para encontrar el paso y esta vez iba solo y no lo encontré. Total, me salí de la camioneta y caminé entre matorrales y palmeras y escale una de esas colinas de rocas y arena para llegar a la playa. Ahí estaba el mar, no había nadie, y ya atardecía.

Me senté un rato en la playa, mirando el mar y comiéndome una barra de mars. No sé cuánto tiempo pasó pero aun estaban los últimos rayos de sol, ya estaba más fresco. Miré mi reloj y pensé en regresarme al campamento ya que se acercaba la hora de la cena. Empiezo a caminar de regreso, miro mi reloj de nuevo y veo el mar. Volteo a los lados y no había nadie más. Era yo y el mediterráneo. Se me antojó meterme un rato al mar, pero no traía mis shorts que siempre usaba para la playa. Volteo otra vez a los lados y no, confirmaba que no había nadie. Chingue su madre. Empecé a correr y a quitarme la ropa, todo, y me metí al mar. El agua estaba calientita. Al pedo, estaba en el Mediterráneo en pelotas, así nomás y me carcajeaba como un pinche loco.

Me quedé un rato ahí, hasta que empezaba a obscurecer y la marea empezaba a subir. Salí del agua y a buscar mi ropa, y un problemita, no tenía con que secarme, tenía arena en mi cuerpo y también mi ropa tenía arena. La sacudí y traté de limpiarme, me vestí y me regresé a la troca.

Manejaba de regreso, ahí estaban de nuevo esos autobuses quemados y a lo lejos se veía la carretera, la luna era menguante, mi ropa estaba mojada y era un poco molesto manejar con arena en el culo.

2 comments:

yomerarubio said...

WOW Pantaleón, primera vez que visito tu blog y ya me sosprendiste con esta increíble historia. Gracias a tu excelente narrativa me imagine todo a la perfección...incluido la parte donde corriste hacia el mar en cueros jejeje.
Empiezo a leer tu blog ya mismo para conocer un poco mas de ti.
Cuidate mucho y saludos desde Tampico

Oleksandr said...

No mames Panta, casi chillo. Estoy leyendo tu blog desde mi lujosa jaula de vidrio y concreto y me hiciste recordar una vez que quiensabe como chingaus me la estaba pasando tan pero tan chido yo sólo en la playa que también, no se como me empezé a reirme yo solo como pendejo.

COMO TE ENVIDIO CABRON! :p